... Quiero tener un corazón de niño... para llegar a Vos...
" Una sintonía de amor"
Mi última tanda de Ejercicios Espirituales de cada año es la que doy a lisiados motrices. Un grupo de gente maravillosa de quienes uno aprende tantas cosas grandes.Entre esas cosas aprendidas quizás la más linda de todas, la que más les agradezco y más vergüenza me da, es su alegría, su actitud positiva frente a la vida, que ciertamente a muchos de ellos les ha negado mucho. Su planteo optimista frente a las dificultades y los límites, que en su caso les salen al paso a cada instante. Siendo quizás el grupo en el que sería muy justificable un pesimismo o una tristeza instalada, por su misma realidad dura, resulta en cambio que es la tanda más alegre, más vital. Donde sería más lógico escuchar un interminable rosario de lamentos, es aquella donde más y con más fuerza escucho la palabra "gracias". Y no es que no sufran lo suyo, sería infantil suponer eso, pero es que quizás por eso mismo, porque conocen el brete, el límite que su cuerpo o sus fuerzan les ha impuesto, es que apuestan a movilizar el alma, a tener muy "de pie el espíritu". El alma, esa otra parte nuestra invisible, pero muy real y de hecho más importante sin querer menospreciar el cuerpo, ese ámbito donde los entumecimientos, las parálisis, las cegueras dependen en gran parte de mí.Y para dar razón de ello valga un hecho lindo que me hizo mucho bien.El segundo día, bien tempranito, yo me había despertado y estaba remoloneando un rato en la cama, cuando empezó a llegar desde mi ventana que da al parque, los acordes desentonados de una canción religiosa. Las voces se acercaban, así que me levanté de un salto y justo al llegar a la ventana pasaban a un metro mío, por el caminito de baldosas que rodea la casa, sin advertir mi presencia, 3 de las ejercitantes. Una en silla de ruedas, otra que empujaba la silla, y a la vez se sostenía de ella, y la tercera iba apoyada en el hombro de la primera. Como decimos en criollo y cariñosamente: "entre las tres no hacían una", o mejor dicho, entre las tres lograron hacer un equipo de apoyo recíproco sin el cual habría sido imposible la osada aventura. De pronto se detenían y deliberaban sobre la próxima canción. Después seguían tan desentonadas como entusiastas. Y yo pensaba: ¡Que maravilla! Era evidente que aquel paseo había sido cuidadosamente planeado el día anterior y quizás soñado durante meses, llenas de ilusión, porque para muchas de ellas el resto del año tiene mucho de encierro, poco y nada de verde y aire, y del fresquito de la madrugada en el campo. Que maravilla aquella conciencia del propio límite, lo que no puedo hacer solo, que cuando se suma humildemente al saber pedir al otro lo que puede hacer por mí y yo ofrecerle a él lo que yo puedo y él no, entonces se gesta este cuadro que yo tenía ante mis ojos. Aquellas tres voces desentonadas habían gestado, sin querer, una verdadera sinfonía de amor.
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